Estas fueron, hace
hoy seis meses, las primeras palabras de Miroslav Djukic nada más bajarse del
tren que le traía a Valencia para firmar su contrato como entrenador de la
primera plantilla del Valencia club de Fútbol. Aquella mañana calurosa de
julio, la ciudad recibía con alegría a un entrenador de la casa, a una de esas
personas que dejan huella en un club y que dan una confortable sensación de
confianza e integridad allá por donde pasan. El Entrenador, por su parte, rebosaba
alegría, estaba feliz de regresar a Valencia, feliz de entrenar a un club
grande y realmente esperanzado en poder devolver al equipo parte de la grandeza
que tuvo mientras él fue jugador.
Seis meses han
pasado, todas aquellas palabras esperanzadoras de Djukic hoy suenan osadas,
irreales e incluso utópicas. La competición doméstica ha ido alejando al
Valencia de todo aquello que Entrenador, Afición y dudo mucho que Directiva,
llegaron a creer. Tal vez habría que analizar los mimbres de esta plantilla,
los innumerables problemas extradeportivos que rodean al club y la
inestabilidad permanente en la que vive la entidad. Pero lo más importante y a
lo que realmente habría que remontarse es a ese discurso del mes de junio
entonado por entrenador y directiva, ese discurso pretencioso que posicionaba
al Valencia en situación de disputar una Liga casi de igual a igual a un Barça
y a un Madrid y de recuperar el tercer puesto del escalafón nacional, perdido
frente al Atlético del Cholo. El Valencia no podía ni soñar con competir con
estas tres plantillas antes de que empezase el balón a rodar, y ahora que rueda
sin descanso, muchos querrían pararlo. Si bien es cierto que a Djukic le
aguardaba “ un bonito trabajo “, no debería haber sido el de vender humo, sino
el de mentalizar a la parroquia valencianista de lo complicado que iba a ser el
año, de las carencias de una plantilla cada año más mermada, de la necesidad de
reinventarse, de realizar un proyecto de cantera serio, de trabajar como locos
para entre todos llevar al club hasta donde se pueda, pero paso a paso,
sufriendo por el camino y parafraseando la máxima de Simeone, partido a
partido.
Sinceramente,
costaba pensar que Djukic, dado los resultados en Liga, fuera a encontrarse tan
cerca de comerse los turrones como entrenador del Valencia. Las dos últimas
victorias, que coinciden con la llegada de Rufete al primer equipo, han
generado un efecto balsámico. La plantilla está más unida, juega el que lo
merece y no el que más cobra, los galones se ganan partido a partido y los
jugadores se sienten, por un lado respaldados por una figura como la de Rufete
que defenderá sus intereses a capa y espada y por otro exigidos, ya que ya sólo
tienen que preocuparse de hacer bien su trabajo, jugar a fútbol. Muchos pensaban
que la salida de Braulio unida al nombramiento de Rufete, iba a suponer la
salida definitiva del entrenador, pero ambos han sido futbolistas, ambos han
triunfado en el Valencia y ambos saben que el gran éxito del idolatrado Rafa
Benítez, al que también libró de la “ cremá “ Rufete, fue el de aislar al
vestuario de todo lo que no sea Fútbol. La receta ya la asimiló y aplicó
Ernesto Valverde y los resultados fueron casi inmejorables. En una casa de
locos como es el Valencia, ha llegado la cordura a una pequeña parcela, la más
importante para el hincha, la deportiva.